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Bueno, ya te llamaré…
- 25/09/2022
- Publicado por: Carlos Giménez Donoso
- Categoría: General

Bueno, ya te llamaré…
Esta es una frase que estoy convencido de que divide el mundo en dos tipos de fisioterapeutas. ¿En qué grupo te encuentras tú?
Todos y todas nos hemos visto ante las siguientes situaciones:
- Recibes un paciente que viene una sesión puntual, aplicas el tratamiento que consideras y no vuelves a saber nada de él.
- Llevas una serie de tratamientos con una persona y a la hora de concertar la cita para la siguiente visita te dice que ya te llamará porque tiene un asunto pendiente y no sabe exactamente qué día podrá venir, sin embargo, esa llamada nunca se produce. De nuevo no vuelves a saber nada de ella.
Ante este tipo de situaciones, ¿por cuál de las siguientes opciones te sueles inclinar generalmente a la hora de valorar qué ha podido pasar con esa persona?:
- Opción A: Está muy claro, hemos hecho un gran tratamiento, la persona se
encuentra mejor y no necesita volver. ¡Soy un fenómeno!.
- Opción B: Está muy claro, a esta persona no le ha gustado el tratamiento que hemos hecho y nos ha hecho un “ghosting” de libro. Soy un desastre de fisio, seguro que otro compañero (pon aquí a tu referente favorito) lo hubiese solucionado.
Yo tengo muy claro que a pesar de considerarme una persona optimista en muchos ámbitos de la vida, en estas situaciones concretas suelo optar por la opción B, no me caracterizo precisamente por tener una gran autoestima como terapeuta.
Creo que ninguno de los extremos son buenos y que cada uno tiene sus peligros. Pienso que hacer un proceso de introspección para conocer mejor cómo eres como terapeuta es una parte fundamental de nuestra profesión y a la que pocas veces dedicamos la atención que se merece.
Os pondré un ejemplo de opción B que he vivido recientemente en consulta y que creo que puede ser de ayuda compartir. Hace un año estuve visitando durante 4 o 5 sesiones a una paciente con un problema de dolor de larga evolución. Ella tenía unas expectativas muy claras por un tipo de tratamiento que conseguía ofrecerle un alivio temporal de sus síntomas y por ahí comenzamos el abordaje. Estaba contenta y satisfecha con los tratamientos, pero gracias a pequeñas conversaciones que íbamos teniendo en las diferentes sesiones, se empezó a plantear si no podríamos hacer algo más para intentar conseguir cambios más duraderos. Hasta aquí todo bien, mi ego de fisioterapeuta se empezaba a inflar al empezar a vislumbrar que estábamos consiguiendo un cambio en la perspectiva de la paciente. Así que al entender que esta persona parecía estar preparada para recibir cierta información en relación a su problema de dolor, le plantee comenzar con un programa de pedagogía del dolor. La paciente aceptó y concertamos una primera visita que dedicamos a empezar a hablar sobre cómo funciona el dolor y sobre cómo su problema podría tener otro tipo de explicación. Acabamos la sesión con una sensación por mi parte de haber sido muy productiva y a la hora de concertar la siguiente visita me respondió con el famoso: “ya te llamaré, que tengo que mirar bien mi agenda para ver cuándo puedo volver”. Y efectivamente, como te estarás imaginando esa llamada nunca llegó. Bueno, miento, sí que llegó, pero un año después.
Durante todo este tiempo, mi impresión era que obviamente a la paciente no le había encajado para nada lo que habíamos comentado en la última sesión y habría decidido buscar otro sitio donde le hiciesen lo que a ella le venía bien y se dejasen de “movidas raras”. Un fracaso más a sumar mi lista. Un fracaso que por cierto venía visitarme de vez en cuando a mi memoria. Quizá suene un poco obsesivo, pero soy de esas personas que se llevan a los pacientes a casa, que de vez en cuando me sorprendo pensando en ellos y además suelen ser los que no van como me gustaría. Estoy seguro de que a muchos de vosotros también os pasa, ¿no?
Aquí llega la parte interesante, después de un año recordándome a mí mismo el fracaso con esta paciente, un buen día recibo una llamada suya pidiéndome una nueva cita. ¡Oh sorpresa! ¿Cómo estará? ¿Qué le traerá de nuevo por aquí? ¡Quizá no quedó tan descontenta!
Cuando llegó el día de la cita, la recibí con un clásico – Bienvenida, ¡Cuánto tiempo sin vernos! – A lo que ella me contestó – sí, me hubiese gustado venir antes, pero resulta que por motivos de trabajo he estado viviendo fuera todo este año -. Vaya, curiosamente, no daba la impresión de haber quedado tan descontenta como yo había imaginado, así que continué – Bueno, pues cuéntame, ¿qué tal has estado? ¿qué te trae por aquí? – y para mi sorpresa, respondió – Pues fíjate, es algo que tenía ganas de comentarte hace tiempo, aquella charla que tuvimos la última vez que nos vimos, ha sido un antes y un después, sigo con mis dolores de vez en cuando, pero no tiene nada que ver -.
¿Os imagináis cómo se me quedó el cuerpo? Después de un año fustigándome por no haber sido capaz de hacer llegar el mensaje a esta paciente y resulta que no sólo sí que había llegado, si no que además le había supuesto un giro de 180º en sus estrategias de afrontamiento.
No podía estar más contento y a la vez decirme a mí mismo que podría haberme ahorrado toda esa autocrítica desmedida. Los peligros de la opción B afectan sobre todo a la salud mental del terapeuta. Otro día si os apetece, hablaremos de los peligros del opción A.
Estoy seguro de que si tú también eres del tipo B, habrás tenido situaciones similares, si te apetece compartirlas en los comentarios, estaré encantado de leerte.