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Antropólogos de salón
- 05/07/2020
- Publicado por: Carlos Giménez Donoso
- Categoría: General

Práctica clínica, ¿por qué es importante?
Antropólogo de salón es un término utilizado para referirse a los métodos clásicos de los primeros antropólogos que se dedicaban al estudio de otras culturas y sociedades desde la comodidad de sus despachos, sin haber viajado nunca a aquellas tierras lejanas, de las cuales, todo lo que sabían, era a través de informantes. En oposición a esta forma de desarrollar la antropología, aparece Bronislaw Malinowsky, un firme defensor de la idea de que para realmente intentar comprender una sociedad en toda su complejidad, era imprescindible un minucioso trabajo etnográfico a pie de campo (a lo que hoy en día nos referiríamos como “bajar al barro”).
Soy de la opinión de que en fisioterapia ese trabajo de campo podría ser el equivalente a la práctica clínica con pacientes. No espero que compartas mi punto de vista, pero al menos, sí que te invite a reflexionar. Intentaré dar respuesta a la siguiente pregunta:
¿Por qué es tan importante la práctica clínica cuando te dedicas a la fisioterapia?
Si trabajas exclusivamente como fisioterapeuta clínico, esta pregunta no tiene ningún sentido. Sin embargo, no todos los fisioterapeutas dedicamos el cien por cien de nuestra jornada laboral a la asistencia clínica. Algunos lo compatibilizamos con la docencia, otros lo hacen con la investigación o con la divulgación. En ocasiones, incluso, debido a las demandas y exigencias propias de alguno de estos campos, hay profesionales que acaban viéndose obligados a abandonar su práctica clínica para centrarse en otras labores.
Volviendo a la pregunta, la respuesta corta es muy sencilla: porque te mantiene en contacto con la realidad. La respuesta larga puede requerir de un poco más de elaboración. Estos meses de confinamiento en los que he tenido que suspender mi práctica clínica y he invertido muchísimo tiempo en estudiar artículos, revisar cursos, asistir a webinars, etc., me han servido confirmar estas ideas.
Cuando estás en tu casa (quien dice casa dice despacho de universidad, laboratorio de investigación, sentado en un curso delante del profesor, etc.) estudiando para intentar mejorar tus intervenciones clínicas, todo adquiere mucho sentido, todo se ve claro. Ante un paciente que presenta X cuadro clínico, eres capaz de diseñar en tu cabeza la mejor intervención y elaborar el mejor plan terapéutico para ese paciente. Todo encaja, no hay espacio para la duda, tienes previstas hasta las posibles desviaciones de lo esperado y cómo solucionarlas hábilmente porque –oye, me he leído diez artículos, he escuchado cómo lo hacen otros profesionales, y todo resulta muy lógico y coherente, no puede fallar–. Estás tan convencido de que esa es la mejor intervención que te animas a comunicárselo a todo el mundo, porque, no nos engañemos, nos encanta contar lo que sabemos. Coges el altavoz que hoy día suponen las RRSS y proclamas a diestro y siniestro tus “nuevas verdades”. Incluso has tenido tiempo de revisar tus fracasos anteriores cuando sí que veías pacientes y ahora ya sabes en lo que fallaste y estás seguro de que cuando los vuelvas a ver todo va a ir como la seda, porque –¡eh!, todo esto que he leído y estudiado, es muy bueno–.
No sé si os estaréis sintiendo reflejados, seguro que sí, no creo que yo sea el único bicho raro al que le sucedan estas cosas.
Si esta situación se mantiene solo dos o tres meses, el problema no es tan grave, porque la realidad rápidamente se encargará de ponerte en tu sitio. El primer día que vuelvas a la consulta, ya se encargarán las complejidades de las vidas de tus pacientes de hacerte bajar las orejas y recordar aquello de que la humildad es un valor importante. Al fin y al cabo, como dice Iván Bennasar “el papel todo lo aguanta”, pero los pacientes no son de papel. Resulta que aquella intervención perfecta que habías imaginado no ha dado el resultado esperado, que el paciente tiene dificultades para cumplir su plan de ejercicios, que esas nuevas preguntas que ibas a introducir en la anamnesis requieren un poquito más de refinamiento para que tengan el impacto esperado.
El problema lo tenemos si las circunstancias de la vida hacen que cada vez veas menos pacientes y poco a poco te vayas desconectando de la realidad clínica. En este caso, no hay ninguna realidad que pueda contener los delirios megalomaníacos de tu cerebro. Esto no tendría mayores consecuencias si se quedase en el salón de tu casa, pero el problema lo tenemos cuando resulta que es parte de tu trabajo. Se me ocurren varios ejemplos en los que las consecuencias de tu megalomanía tienen implicaciones más allá de ti mismo:
-Si te dedicas al campo de la investigación, perder el contacto con la realidad clínica hará que tus investigaciones se dirijan en direcciones que intelectualmente pueden ser muy satisfactorias, pero cuya aplicabilidad en clínica cada vez será probablemente menor.
-Si eres docente y pierdes el contacto con la realidad clínica, en tu cabeza será muy sencillo hablar de las mejores soluciones para cada tipo de problema clínico. El problema es que esos problemas clínicos solo están en tu cabeza, porque lamentablemente la realidad es mucho más compleja de lo que te puedes imaginar. Cuando tus alumnos se enfrenten con sus primeros pacientes, se encontrarán con que no todo es tan bonito como lo que les contabas en clase.
-Si eres influencer, bloguero o divulgador en RRSS y pierdes el contacto con la realidad clínica, te quedarán entradas muy bien perfiladas, muy bien documentadas con la última evidencia disponible (espero que no sea una evidencia producto de investigadores que perdieron contacto con la realidad clínica), donde todo encaja y las recomendaciones que das resultan muy interesantes y a primera vista sensatas. El problema es que tus seguidores seguramente tengan serias dificultades para trasladar aquello a sus pacientes concretos. Esto puede ser motivo de frustración para muchos. Les puede generar la sensación de no ser buenos profesionales.
-Si eres gestor de políticas sanitarias o supervisor de un equipo y pierdes el contacto con la realidad clínica, tomarás decisiones que afecten a los que sí tienen que enfrentarse a esa realidad clínica diaria. Si tus decisiones se ajustan más a modelos teóricos que a la realidad sociosanitaria de tu entorno, de nuevo tenemos servida en bandeja la frustración de los profesionales y la inoperatividad de tus programas sanitarios.
Lamentablemente, yo no tengo las soluciones para estos conflictos. Desde este pequeño altavoz solo aspiro a señalarlos. Algunos de estos conflictos los he vivido en primera persona estando a uno y otro lado. Hasta que alguien encuentre una solución que ayude a corregir estos desequilibrios creo que lo que sí está en manos de cada uno de nosotros es trabajar la introspección, intentar actuar desde la mayor honestidad posible, desarrollar mucho la humildad y dedicar tiempo a la escucha de las historias que podemos contar aquellos que salimos a encontrarnos cada día con los problemas de nuestros pacientes.
Mi sueño es que algún día las condiciones laborales no obliguen a grandes profesionales a tener que dejar la asistencia clínica para poder dedicarse a su carrera docente, investigadora o divulgadora. Quizá sea una sueño utópico, pero el primer paso para que un sueño se haga realidad es imaginarlo.